Travel Report » Entradas » Leyenda: La mano cortada
Nov 29, 2012 Jesús Alonso MÉXICO 0
Todo empezó cuando José María Salinas, reunió a dos amigos para persuadirlos de que robaran las joyas sagradas que estaban en el Templo de la Merced.
Él les informó que ya sabía a qué hora se descuidaban y cerraban el templo los frailes mercedarios. Sus amigos, también valientes como él, dudaron en acompañarlo. “Es un templo y eso es pecado de condenación”, gritaban ellos. Ante la negativa, José María decidió robar sólo en la casa de Dios.
Y así fue. Entraba el mes de abril de 1823, con lluvias abundantes para las tierras de labranza y con aguas que encharcaban las calles maltrechas y abandonadas de la Ciudad de México.
Ahora estaba adentro del templo. Eran alrededor de las dos de la mañana cuando José María Salinas se movió de su escondite, justo en el momento en que uno se entrega al sueño más profundo.
Deteniendo su miedo ante tantas imágenes santas, se dirigió al altar mayor para extraer, de uno de los agravios, el sol de oro de la custodia. Pero además, en su gozo de ladrón, se comió la ostia que estaba en el copón y se la comió sin ningún remordimiento; como si la maldad le viniera de muy lejos y también llevaba la maldad de su apellido más lejos.
Y cuando llenó su apetito, salió del templo de los mercedarios y vio que una luz ciega lo perseguía por las calles, de una esquina a otra. Cuando pasó por el colegio llamado de las Vizcaínas sintió que unos pasos venían tras él, pero no era nadie. Los nervios y el sudor no lo dejaron hasta que llegó a su casa, allá por el Barrio de San Juan Moyotl.
Antes de entrar en su casa escuchó a lo lejos el grito cansado del sereno: “las tres y sereno y las almas duermen”, gritaba el buen hombre.
En su catre organizó su pensamiento para idear cómo desengarzar las piedras preciosas y vender cada joya, había que esperar. En unas horas el alba se asomaría en el horizonte.
Los días siguientes lo acompañó la buena suerte, todo iba de maravilla. Pero por fortuna, la de las joyas y la de la suerte se le terminó, porque la justicia azuzada por el pueblo que clamaba venganza, lo descubrió gastando mucho dinero, dándose lujos que lo delataron, lo tomaron preso en la pulquería “el Túnel”, lo encontraron bebiendo y hablando de su gran suerte para la benigna vida, la que ahí se le terminó. Lo llevaron a la cárcel de la Acordada, situada en la calle de Calvario, hoy avenida Juárez esquina con Bucarelli.
El juicio no duró muchos días, el 29 de abril del mismo año lo sentenciaron a morir ejecutado, pero antes, frente al mismo templo de la Merced, de un machetazo le cortaron la mano derecha. Quizá la que más pecó en el robo, para clavarla y exhibirla, aún ensangrentada, en una pared dentro del atrio.
La mano de Salinas permaneció por muchos años en el sitio donde fue clavada, hasta que se fue secando y poniendo prieta y aunque los mercedarios le pusieron un tinglado para protegerla del Sol y la intemperie, se fue haciendo polvo entre los polvos de la Ciudad de México.
Algunos de los huesos que quedaron (es decir: la falange, la falangina y la falangeta) se los llevó, según las malas lenguas, una curandera para molerlos y hacer brujería.
Al tiempo la mano fue reemplazada por una de bronce, idéntica a la de Salinas, con su color negro y con las arrugas que tanto infundían temor entre la gente del pueblo, pero años después también desapareció. Alguien, en algún descuido de los frailes y feligreses, se la robó.
El tiempo y también las leyes de reforma desaparecieron el templo de dos aguas y emplomada de los mercedarios. Pero si la piqueta de liberales en el siglo XIX, despareció y mutiló los conventos, hoy la memoria no se pierde del todo, sí, porque la mano derecha de José María Salinas, está para vergüenza de los ladrones que desean el patrimonio ajeno en la esquina de Jesús María y Uruguay
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