Travel Report » Entradas » Mario Benedetti y su país natal
May 16, 2014 Jesús Alonso ¿A DÓNDE VAS?, INTERNACIONAL 0
Años después de su fallecimiento, recorremos los rincones en los que el escritor uruguayo parió libros (hasta 80 nos dejó), trazó tácticas y estrategias, devoró asados o inventó a Martín, el protagonista de su novela La Tregua.
«Al sur al sur está quieta esperando Montevideo».
Así se mantuvo la capital uruguaya mientras sus primeras rutinas se deslizaban por las calles de Paso de los Toros, en el centro del país y donde nació un 14 de septiembre, el de 1920. También en el exilio. Y antes, en su etapa de empleado con rango en La Casa de las Américas de La Habana. Luego, cuando los militares se fueron, el escritor Mario Benedetti repartiría sus días, mitad y mitad, entre Madrid y Montevideo. En esta última cerró página el 17 de mayo de 2009, hace justo cinco años. Lo hizo en su piso de la calle Zelmar Michelini, pegada a la avenida 18 de Julio, la arteria principal de la ciudad, por la que «caminar es como moverse por el patio de la casa familiar». Lo dijo en su novelaAndamios.
En su recuerdo, recorremos la urbe trasteando por los rincones en los que parió libros (80 dejó, traducidos a 25 idiomas), bebió mate, trazó tácticas y estrategias, devoró asados, partió corazones coraza e inventó a Martín, el protagonista de La Tregua. Justo en el ex café Sorocabana, ahora Big Mamma, en la calle 25 de Mayo de la Ciudad Vieja. En el piso de arriba hasta le han montado un pequeño altar, con fotos en blanco y negro y viejas ediciones de sus obras, desde Vivir adrede a Primavera con una esquina rota.
Es uno de los 53 escenarios montevideanos incluidos en la Guía Benedetti, editada por la fundación homónima. Y eso que a sus responsables les salió primero una lista de 600… Del casco viejo, por ejemplo, rescataron al final 10, como el Teatro Solís, a la sesión «vermut claro, porque de noche yo me duermo» (Gracias por el fuego), o la Plaza Matriz, donde el ya citado Martín de La tregua se convence de que «es de este sitio, de esta ciudad» tras«contemplar el alma agresivamente sólida del Cabildo».
Cerca está el Café Brasilero, abierto en 1877, frecuentado por Benedetti y aún hoy por su colega Eduardo Galeano, quien cada día pregunta al camarero qué «deberes» tiene. A saber, firmar las decenas de libros que adeptos de medio mundo le dejan tras la barra. El propio mesero los envía. El café Las Misiones, con su preciosista fachada de azulejos verdes esmaltados, y la peatonal Sarandí no andan lejos. En ésta, tantas veces transitada por el autor, se levanta el Espacio de los Soles (algo así como el Paseo de la Fama hollywoodiense), donde no falta una placa con su nombre. Ni el de Nelson Mandela o la poetisa Idea Vilariño. Próxima parada: el Mercado del Puerto, «una preciosura con folclore incluido» donde hay que ir a engullir asados de carne y medio y medio, bebida típica que mezcla vino espumoso dulce con blanco seco. Interesante.
Saltamos al centro de la ciudad, donde emerge la Plaza Independencia, ésa en la que «a una muchacha el viento le levantó la pollera y a un cura la sotana» (La tregua). Y donde también están el Palacio Salvo, «una representación del carácter nacional: guarango, soso, recargado, simpático» o el ex cine Rex que citaba en Andamios. También la Contaduría General donde Benedetti trabajó desde 1940 a 1945. Porque ésa es otra: no le faltó oficio, ya fuese taquígrafo, vendedor, contable, locutor, periodista, funcionario… E incluso fue el primer traductor de Kafka en Uruguay. La ruta sigue en la Iglesia Metodista Central (en la 18 de julio) donde se casó y en el bar San Rafael, donde custodian una fotografía suya realizada por el argentino Gustavo Gilabert y el poema Botella al mar que garabateó Benedetti en un papel.
El de la Generación del 45 también habló en sus obras de la Feria de Tristán Narvaja (prima del Rastro madrileño). Como en el poema Irse: «Y por favor no olvides que te espero / con este corazón recién comprado / en la feria mejor de los domingos». Está ubicada en el barrio Cordón. Igual que la Universidad de la República («huésped de su corazón» la llamó al nombrarlo Honoris Causa en 2004) o la Plaza de los 33, a la que iban al mediodía «las pulcras empleaditas de uniforme» de La borra del café. De ahí ponemos rumbo al Jardín Botánico, donde las parejas«se miran fanáticamente a los ojos / como si el amor fuera un brevísimo túnel / y ellos se contemplaran por dentre de ese amor». (A la izquierda del roble).
También recordó en esa novela «el olor extraño» de la casa de su infancia, en la calle Capurro. Luego se mudaría a Punta Carretas, al lado del penal. Tampoco olvidaría la Rambla (o Paseo Marítimo), que a lo largo de 22 kilómetros recorre la capital bordeando el Río de la Plata (aunque los montevideanos lo llamen mar, Benedetti el primero: «Para mí es mar y se acabó») y cambiando prolijamente de nombre. En Gracias por el fuego la sentenció: «En la tarde, cuando regreso por la Rambla, me conmueve ese murallón de grandes edificios que dan sombra a la playa y la cubren de una falsa melancolía». Como casi todo en su ciudad…
| Más información. En la Fundación Mario Benedetti, Turismo de Uruguay y Descubrí Montevideo.
Por: Isabel García
Vía: ocholeguas
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