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Oct 28, 2014 Jesús Alonso FABIÁN ARANDA, OPINIÓN 0
Por Fabián Aranda
Nuestra relación con la muerte es y siempre ha sido ambivalente: a un tiempo nos seduce y nos aterra, es motivo de solemnidad pero también de fiesta y de burla, nos recuerda nuestra insignificancia pero nos ayuda a valorar el obsequio vital, se nos revela como contracara de la vida y como complemento. La música no es ajena a estas paradojas, a estas profundas contradicciones que encierra la cláusula en letras pequeñas del contrato de vida. La muerte figura como fuerza de la naturaleza, como tradición popular, como fin pero también como principio. Señoras y señores, con ustedes un pequeño soundtrack de la muerte.
Aunque el famoso dicho de Costa Rica es “pura vida”, la muerte también figura en sus canciones. Con una visión melancólica, Fidel Gamboa nos relata la breve de historia de un muerto agradecido con su amada y que vaga por el aire convertido en polvo, un polvo con olor a jazmín.
Pensemos en un muerto falso, el de Guillermo González Arenas, ese que Peret hiciera famoso a ritmo de rumba flamenca, el ritmo gitano más sabroso de España. Aunque divertida y fiestera, esta canción no deja de ser escabrosa: si te enterraron ni hablar, muerto estás… aunque hubieras andado de parranda.
Si hay una rola que se desternilla a causa de la muerte es la de Chava Flores. Guango le viene el dolor y la gravedad: la viuda, una hipócrita; el muerto, un vivales que escapó de las deudas; la muerte, un pretexto para festejar; el muerto, un estorbo… “y el velorio… se acabó hombre no hay que ser”.
Aparece la muerte con su guadaña y de negro, arrastrando su pesada túnica. Sin embargo esta versión de la muerte poco tiene de omnipotente: tan solo encontrarse con un alma rumbera de la talla de Albert Plá le valdrá para perder su solemnidad.
Arrejúntanse en esta canción la justiciera y la que vuelve iguales. La calaca flaca viene por todos y carga parejo: ricos, pobres, débiles y poderosos. Muerto el jodido ciudadano a quién le importa más que a él mismo, muerto el rico corrupto, venga la fiesta y la venganza. La muerte, la calaca flaca, la redentora de los desprotegidos.
Seguiremos siempre atados a la ambivalencia de repudio y atracción que la muerte sembró en nosotros apenas nacimos. Quedará tirar pa’lante y escrutar sus misterios hasta aquel instante en que, implacable, se asome a nuestro balcón. Sigan muriendo, hasta el próximo viaje…
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