Travel Report » Entradas » TURISMO CULTURAL: ¿OPORTUNIDAD O AMENAZA PARA LA CULTURA?
Dic 09, 2014 Jesús Alonso FABIÁN ARANDA, OPINIÓN 0
A nadie le cabe la menor duda de que México es un país dotado de una inmensa cultura… o culturas para ser más precisos. Tanto es así que en los últimos años la demanda en el ramo cultural del turismo ha crecido bastante, logrando que el Estado invierta en este rubro para beneficiar a un buen número de comunidades. Quizá el Programa de Pueblos Mágicos sea la manifestación más clara de este fenómeno, así como la organización de la Feria de Turismo Cultural México.
Todo parece marchar sobre ruedas: las comunidades reciben a los viajeros deseosos de conocer otras formas de vida y estos atesoran los aprendizajes y experiencias vividas en ellas. Todo parece un ganar-ganar sin precedentes: se respetan las tradiciones, se conserva el patrimonio y se entablan diálogos de pueblo a pueblo que apuntan hacia una mayor tolerancia de la diversidad.
Sin embargo, en el fondo de este fenómeno late una posible amenaza para la propia cultura: su conversión en un producto estático que no permite a los pueblos desarrollarse y tomar nuevos derroteros en la construcción de su identidad.
¿Por qué? La Declaración de México sobre Políticas Culturales de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), emitida en 1982, define la cultura “como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.
Reparemos en un concepto importante de la definición: esta señala que los dichos rasgos distintivos pertenecen a una sociedad o grupo social. Al margen de la discusión sobre cuál es la diferencia entre uno y otro concepto, todas las corrientes sociológicas y antropológicas nos han enseñado que la sociedad cambia día con día: las tradiciones adquieren nuevas formas, las identidades se reconstruyen y los seres humanos que las practican tienden cada vez más a incorporar elementos que le son ajenos y distantes.
La paradoja del desarrollo turístico cultural es la pretensión de “rescatar” y “salvaguardar” las tradiciones de los pueblos para ofertarlos como productos. Más allá del ingenuo lugar común que reza “la cultura no se vende”, resulta contradictorio promover la permanencia de rasgos humanos que se modifican en el tiempo. Si la cultura se entiende como hecho social, ¿cómo pretendemos mantenerla estática? Es algo que, sencillamente, no está en su naturaleza.
Esto genera sentimientos encontrados, pues por un lado tenemos la conservación de los patrimonios materiales e inmateriales pero, por el otro, el libre desarrollo de las comunidades. La respuesta común es que estas resultan beneficiadas por la derrama económica que les permite alcanzar un mejor nivel de vida. De lo cual se desprende una verdad innegable: su nivel de vida, sin el turismo, es bajo. Pero entonces, ¿qué lógica existe en pretender elevar la calidad de vida de una comunidad, si esta requiere mantenerse en ella para conservar activos los productos turísticos?
Como siempre, todo depende del cristal con que se mire. Si nos ponemos negativos podríamos pensar que aquello que ofertamos como cultura es falso. Es decir, es una puesta en escena de costumbres y tradiciones que ya no existen en la vida real, pero que resultan sumamente atractivas por su exotismo o simplemente por sus diferencias. Se mantienen “vivas” para poder venderse, aunque los habitantes, en su vida cotidiana, hayan modificado sus conductas.
Por el contrario, si nos ponemos positivos, podemos decir que el turismo cultural es una excelente vía para reconectarnos con lo propio, para conservar la memoria histórica y compartirla con otros. Muchas paradojas e interrogantes rodean a este peculiar segmento del mercado turístico, cuestionamientos que vale la pena recuperar para no caer en la venta del mexican curious y exhibir a nuestras comunidades como formaciones menores y que se mueven al margen de aquello que llamamos “civilización”.
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